Arte reo - Autóctona y prescindible #7
Apáticos y apasionados. Los artistas que merecemos, el mal gusto, la fragmentación de la convivencia cultural, placeres culposos, la defensa de lo nuestro (¿qué carajo es lo nuestro?), etcétera.
“Reo (reo ‘astuto’): Individuo de baja condición que margina las normas de buena convivencia. Ej. “Donde yo pongo las patas/No pone ese reo el escracho”, González Castillo, Entre bueyes no hay cornadas, 3.
– ‘Lunfardo, Curso Básico y Diccionario’ (Gobello, Oliveri)
Pulgar hacia abajo
Los debates alrededor del arte y las tendencias son, en su mayor parte, un poco siempre los mismos. Cambian algunos factores y la forma en la que se expresan determinadas cuestiones, pero hay algo cíclico.
Muchos de los ataques al arte de hoy vienen de las esferas de poder más altas de nuestra sociedad. Ya en la entrega anterior estuve parrafeando largo y tendido sobre la idea que quieren inculcarnos de que el ocio es una pérdida de tiempo. Ahora brotan nuevamente las críticas contra los (santísimos) feriados. Pensemos que estamos gobernados por un presidente que dice que comer es una pérdida de tiempo (no es fake).
Pero también vienen desde otro lado algunas críticas que me siguen molestando porque siempre redoblan su apuesta: lo importante es criticar. En el universo hip hop existe la discusión que vemos en el enorme ecosistema cultural argentino (ya les digo, son siempre los mismos debates) acerca de que el arte “de verdad” es el que, supuestamente, nos hace mejores personas. Y, por supuesto, la música, por ejemplo, que nos hace mejores personas es la música que cierto sector así lo determina. Si enrollo la tanza de la caña en el hip hop tenemos el “hip hop consciente” que implica que el resto del hip hop no lo es por… ¿carencia de explicitud política? ¿Búsqueda de lecciones? Mil motivos.
Lo cierto es que desde ciertos círculos (diestros, progres, académicos, muchos círculos) se sigue vociferando que un poco somos todos pelotudos menos las personas que gustan de lo mismo que ellos. Que lo que les gusta a ellos es lo que es luminoso y que nos extiende la mano para llevarnos al entendimiento de qué es el arte y qué es la complejidad que puede ofrecernos el arte. A la vez, lo hacen con discursos bastante expulsivos y abusivos del gate-keeping, hasta a veces sin disimular que en realidad hay algo del espíritu democrático y diverso de lo cultural que solo les parece bien a veces, cuando cierta visión clasista se los permite. Esto se mueve como un pulso cardíaco: una sístole de rechazo a las tendencias populares, pero también una diástole de abrazo y gentrificación (dependiendo el caso) que los hace absorber esas mismas tendencias.
Me preocupa la dificultad de encontrar mentes abiertas en la crítica cultural de estos tiempos (todos, posiblemente), y lo digo a partir de mi consumo y de mi pequeña contribución a la misma. Como bien dijo Nick Hornby, hay algo de esa lectura a mi criterio errada de tener “los artistas que nos merecemos” (dudo que cualquiera de nosotros haya hecho méritos suficientes para tener a Jorge Cafrune pero igual lo tenemos) entrelazada con un motivo que suele decodificarse como “si les gustara lo que les tiene que gustar estaríamos mejor”. Mmmm.
Ante las ideas preconcebidas y profundamente arbitrarias de qué es el buen gusto y ¿las buenas costumbres? se construyen reflexiones sin profundidad ni memoria acerca de la mutabilidad de los criterios con los que se desarrolla la historia de la crítica cultural. Es como si todas las épocas se comportaran de forma adánica, todos los días empezar de nuevo. El aparato teórico para estudiar qué cosas, cómo y por qué surgen en la cultura de los pueblos nos resulta inflexible y jerárquico. Hay CULTURA y cultura. Hay artistas y hay artesanos. Hay religiones y hay mitologías. Hay arte y hay decoración. ¿Quién decide qué es qué? Si la belleza está en el ojo de quien mira y no en la cosa, ¿por qué no confiamos en nuestros propios ojos y en todo caso en la cosa, y sí confiamos en qué debería ser la cosa y qué deberían ver nuestros ojos?
Mencioné antes lo cíclico de las mismas críticas, y he escrito en este newsletter y en otros lados acerca de cómo parecen los mencionados críticos olvidarse de estas mismas críticas que hacen hoy dirigidas al reggaetón o a la cumbia villera. Me parece aún más obscena la amnesia al hablar de géneros que hoy en día no son tocados por estas críticas pero que sí lo fueron. Suele suceder que hay cosas que por ciertos círculos son más difíciles de digerir, y sistemáticamente proceden a descargar su artillería sobre lo que consideran “de mal gusto” o “antiargentino” o “vulgar”.
Fui, soy y seré fanática de Viuda e Hijas de Roque Enroll (Mavi Díaz, María Gabriela Epumer, Claudia Sinesi, Claudia Ruffinatti). Hoy, desde ya, parece irrisorio, pero las críticas desde la total incomprensión de lo que pasaba en sus escenarios hacían a círculos autoproclamados prestigiosos, incluso dentro del rock y el pop-rock, propinarles acusaciones de vulgaridad, trivialidad, sobresexualización, cachivacheada y frivolidad.
No hace tanto tiempo, la música que gozaba de poco prestigio a nivel internacional era el heavy metal. Su defensa por parte de Deena Weinstein en el ensayo “Los críticos musicales necesitan música mala” da en el clavo acerca de lo que pasa en todas las situaciones del estilo al describir como la autoridad del crítico se basa en su poder de canonizar y de excluir, por lo tanto el capital del ejercicio de la crítica es también construir un público educado a imagen y semejanza de lo que piensan tan solo un puñado de cerebros. Resume luego Carl Wilson: “Entonces, cuando la crítica resucita un género como el metal, o a bandas como ABBA, todo el mundo finge no haber sido nunca de los que la menospreciaron. La conclusión fácil sería que los gustos de la crítica son oportunistas, pero esa volubilidad forma parte de a naturaleza misma de los gustos.”
Quizás mi sugerencia está más relacionada con ejercitar la humildad (no es tan fácil y a todos nos cuesta con el tema de los gustos) como para comprender que a veces somos parte activa de oleadas cíclicas, de críticas pendulares que van y vienen, y que no está mal quedarnos afuera de algo, no ser el target de un tipo de música o no sentirse interpelado por un artista. Porque, inevitablemente, tendemos a pensar que siempre el mal gusto es el otro.El mal gusto es el otro
“Uno debe recordar que existe el buen mal gusto y el mal mal gusto… Para comprender el mal gusto uno debe tener muy buen gusto.”
– John Waters (“Shock Value”)
Me resulta muy interesante cómo aún en 2024 el mapa de lo que es buen gusto y mal gusto también tiene un aroma europeizante que por momentos sofoca un poco. Incluso viniendo de gente que reclama argentinidad en el arte, como mencioné antes y en otras entregas. Casi todos creemos que tenemos buen gusto, y muchos creen que hay sólo un buen gusto posible: lo que no encaja ahí debe, entonces, ser de mal gusto. Ahora, además, hay una herramienta para esquivar habitar el “mal gusto” que es el “consumo irónico”. Una gambeta un tanto ridícula para no asumir un guilty pleasure, algo que nos gusta a pesar de ¿saber? que es malo.
Mucho de esto me recuerda a algunas reflexiones esbozadas por el filósofo y antropólogo argentino Rodolfo Kusch (un reo si los hay, “considerado por algunos un ‘maldito’ más, de esos que pueblan nuestra historia y cultura, y por ello silenciado y negado por los cenáculos de la cultura oficial” como dijeron al homenajearlo en el Congreso en 1989), particularmente en “La seducción de la barbarie” (1953). Me resuenan ecos de sus palabras en cuanto a las formas que toman estos debates que vengo dibujando en nuestra tierra. Todo eso que el marcaba como las pulsiones artísticas e intelectuales de la inteligencia versus el demonismo: “una conciencia simultánea de libertad y de fijeza sobre la que se tambalea [uno] sin poder definirse. Esta incapacidad torna al americano metafísicamente ambivalente. (…) Instado por la ciudad, por un lado, y por la tierra, del otro, obra sólo por partes y si opta por ambas lo hace por adosamiento, por mestizaje.” Y más aún: “La oposición misma es mera ficción, mera apariencia. Es el producto de una inteligencia torturada que no encuentra conciliación alguna con la vida.”
También, como porteña orgullosa, quizás en un sentido más bien poético me recuerda a Raúl Scalabrini Ortiz en “El hombre que está solo y espera” al definir el encanto de Buenos Aires, quizás epicentro de estas contradicciones sobre el gusto: “El porteño es un marino. Buenos Aires es un enorme barco inmóvil que está varado en la vida”.
También (bueno, seguía), como argentina orgullosa, me recuerda a Ezequiel Martínez Estrada y lo que decía en 1964, en su “Prólogo Inútil”: “la revelación de que debajo de la cobertura y la apariencia de una nación en grado de alta cultura, permanecía latente la estructura de una nación de tipo colonizado, de plantación y de trata, sólo que cambiadas las formas exteriores.” Otra vez esta contradicción en el sentido de la boca de uno de los mayores estudiosos del ser nacional argentino y sus complejidades.
El recorrido que mayoritariamente recorre una tendencia en el ojo público, además, universalmente, hace que mientras más masivo sea algo va también cambiando la lectura sobre aquel fenómeno. Algo elegante o al menos curioso puede convertirse en “grasa” si se vuelve menos exclusivo y más fácilmente adquirible. Mientras más opciones y acceso a la creación de cierta expresión cultural tiene la gente de pocos recursos materiales, más se van a esforzar las personas de clase media para arriba para distinguirse a sí mismos de la estética de la gente pobre o “promedio”. En términos sencillos: la democratización molesta de formas conscientes e inconscientes.Lo nuestro
“‘Los ojos de todos los argentinos se parecen’, decíame en París una amiga que había conocido a muchos. Muy tarde comprendí que ella se refería, no a los ojos en sí, celestes, pardos, garzos, marrones, saltones, ojerosos, sino al estado de ánimo que revelaban. Comprendí que mi amiga en los ojos porteños escuchaba una música. Y esa es la dificultad: ¿De qué palabras dotaremos a esa música que no se oye y que no se puede denominar sin desmentirla y falsearla?”
– Raúl Scalabrini Ortiz, “El hombre que está solo y espera” (1932)
Qué hombre.
Es como la versión no-pelotuda del “si la defino la limito”.
Siento que la única forma sin “desmentirla ni falsearla” en la que puedo transmitir lo que yo interpreto por “lo nuestro” (obviamente quitando las cosas más bien palpables, las estéticas concretas, los sonidos, los sabores, etcétera) es apelando al pueblo que considero que nos resulta más fácil a nosotros para percibir su esencia: la brasileña. Una puede enumerar artistas, políticos, tendencias, estéticas, imaginerías, de todo, pero nunca va a alcanzar para definir qué es lo brasileño, así como tampoco nos alcanza para lo uruguayo y por supuesto que para lo argentino.
Qué se yo, yo no gusto mucho del trabajo de María Becerra pero la escucho hablar y me parece compatriotísima por más que a «ustedes» les molesta que trabaje géneros que no nacieron acá (algo que no les molesta de otros grupos de gente, lo hemos hablado ¿no es cierto?). O que diga “tú”, algo que nunca nos molestó de Sandro (otro quéhombre).
Más allá del ejemplo burdo, algo más cercano para acariciar de qué se trata todo esto nos lo dan (como nos dieron tanto) Charly García y Ástor Piazzolla (incluso en ausencia éste último). Este clip me pareció la síntesis en 30 segundos de lo que tan densamente defiendo: la conciencia de que las críticas de antiargentinidad son cíclicas, recurrentes, redundantes. “Pero tú no cantas tango” le dice a Charly el entrevistador. “No. Hago tango de ahora. Porque el tango de antes ya lo cantó mi papá.”
Nadie, sinceramente, nadie que me haya cruzado dice que María Becerra, ni que los raperos por mucho lunfardo que usen, ni que Charly García hagan música de raíz sudamericana. Entonces ya sabiendo eso la discusión dejo de comprender a dónde va, pero pretendo darla de todas formas. Las acusaciones de extranjerización a cualquier artista por hacer [inserte aquí el género extranjero que durante esta década quiera menospreciarse] habla de una miopía grave acerca del funcionamiento de las expresiones culturales, y desde ya que es dicho por gente que precisa de una Guía T para entender que habita en un mundo híperglobalizado.
Otra cosa es la defensa de lo nuestro. Sea lo que sea lo nuestro: música autóctona o música hecha en casa del género que sea. Algo que, para seguir con el ejemplo, María Becerra SÍ hace. Y acá me interesa traer el caso de uno de mis ídolos de la infancia (qué caradura, de ahora también), que es mi tocayo Florencio Molina Campos.
¿Conocen su historia con Walt Disney? Disney convocó a Molina Campos a aportar su estética bucólica y beoda de pulpería (y profundamente argentina) de esta tierra y sus habitantes para producciones gráficas de Disney protagonizadas por gauchos. Una oportunidad bendita. Molina Campos, en resumen, luego de trabajar muchísimo para estos proyectos, rescindió su contrato al ver que la intención de Disney nada tenía que ver con localizar bien estas historias y estéticas sino más bien hacer lo que Hollywood nunca cesó de hacer. Estamos hablando, por supuesto, del insulto que implica la mezcla total de lo brasileño, mexicano y español con lo argentino (sigue molestándome cada una de las veces que lo veo que es siempre). A costo de mucho potencial en su carrera y de muchísimo dinero, Florencio se bajó en defensa de lo nuestro. Esta historia me parece pertinente para casi todo en la vida.
Siento que cuando mucha gente habla de “lo nuestro” y de “argentinidad” tiene en mente lo suyo, lo de su cuadra, lo de su feed. Y, además, desde cierta hipocresía de los sentidos exige a los artistas algo que interpreta como, no sé, pureza, sin preguntarse si consume alguna cosa que sea así. O, incluso, si lo que escucha, aprecia, disfruta, ve con placer, es algo que deja de ser profundamente argentino si tiene guiños o influencias foráneas.
Qué monotonal sería el mundo. ¿Se dan cuenta de todas las cosas que nos perderíamos? ¿De todos los productos argentinos mestizos que no tendríamos? El rock nacional, el tango, la cumbia. Piensen como eso funcionaría en otros países y de todas las cosas mestizas hechas afuera que nos hubiesemos perdido: el jazz, el blues, el samba, prácticamente todo. De todas formas siento que no puedo discutir con esas posiciones de forma sincera porque, como casi todo hoy, es pura pose. No es ni siquiera gusto, contra lo que se puede simplemente anteponer la obviedad de que cada uno gusta de lo que quiere. A mí me encanta escuchar el voseo en la música argentina que me gusta. Y hay cosas que no me gustan pero no tengo la necesidad de inventarle defectos por fuera del criterio artístico o asignarle responsabilidades por lo que pasa en nuestra sociedad. En todo caso es sintomático de algunas cosas, pero eso solo se puede averiguar si se embarca una en un tren de curiosidad y averiguación, no de boca de jarro asignándole la etiqueta de “bananero” o “cipayo” a las cosas que no nos gustan por rasgos que también tienen cosas que sí nos gustan.
Lo que leo en esas críticas es, en realidad, el deseo de definición propia por oposición a otras cosas (a la juventud muchas veces, oh qué sabio y experimentado soy, qué bien la veo, “los chicos de ahora _____ [llene el espacio en blanco].” Asumo que la intención es fingir patriotismo también, algo curioso si se hace mediante el bardeo permanente a pibes y pibas que nos representan con mucha polenta en el exterior pero que más que nada hacen felices a muchos argentinos todos los días.
A veces pienso que la fragmentación de la convivencia cultural, el endiosamiento moral de las celebridades, el alce algorítmico de los nichos, la atomización de las comunidades, son también cosas que aportan a la carencia de herramientas que vivimos hoy. Herramientas para recordar, para empatizar (palabra que estoy comenzando a detestar por su mal uso), para construir, para tender puentes. Herramientas, llanamente, para luchar y para imaginar.Recomendar es salud
• Todo el archivo audiovisual de Sade en vivo en el Live Aid 1985. Acá hay un pedazo.
• Pasé por Jerga Sudaka a hablar de memoria y hip hop.
• Me pareció lleno de disparadores este ensayo sobre Ricardo Iorio por Diego Hottier en Lúcuma.
• La nota “Los otros” de Santiago Craig en Panamá Revista.
• “Especial” de Viejas Locas cumplió 25 años.
• Y, como siempre, la playlist complemento de este newsletter en esporifai a la que voy agregando 10 canciones por cada entrega:
Bueno, en fin, el fin.
Yo nunca prometí regularidad, solo amor canyengue y batuque.
Si tenés ganas de colaborar con mi trabajo podés hacerlo acá comprándome uno o más cafecitos.‘Chas gracias.
Flor.